Luis Britto García
Metódicamente
las naciones más desarrolladas tecnológica o militarmente se apoderan del
territorio y los recursos de las menos avanzadas. Las herramientas del pillaje
son las deudas y el atropello armado. Ambas casi inseparables.
Desde el fin
de la Segunda Guerra Mundial se han librado más de un centenar de guerras. La
mayoría de ellas, aparentemente emprendidas en defensa de nobles ideales, en
realidad versan sobre la rebatiña de energía fósil y minerales estratégicos, la
vía de acceso a ellos o la participación al explotarlos.
En todas, la
mecánica es la misma. Se provoca que un país se endeude, bien
para sufragar una pésima administración, bien para costear una guerra. Después
de dilapidar préstamos e inversiones, se le pasa una factura que sólo puede ser
pagada con los recursos del país. Las autoridades responsables deben cederlos a
espaldas del pueblo, o forzando el consenso mediante ideología, demagogia, represión o la
combinación de ellas. Una nación deja
así de pertenecer a sus ciudadanos y colma los patrimonios de Estados o inversionistas extranjeros. A este latrocinio se le adjudican
los más hermosos nombres: cooperación, inversión directa, modernización,
apertura, ayuda, cuando es en realidad una guerra de saqueo económico y estratégico adornada
con falsos adjetivos.
Ejemplos. Estados Unidos bloqueó durante casi
una década a Irak; lo invadió en 2003 causando demoledora destrucción de su
población, su economía y su patrimonio cultural; e hizo ejecutar a su
presidente Sadam Hussein alegando que éste preparaba “armas de destrucción
masiva” de las cuales jamás se encontró el más mínimo indicio. El proceso se
cumplió gracias a suculentos contratos con las industrias armamentistas. De
creerle al Financial Times, Estados
Unidos habría desembolsado más de 138.000 millones de dólares por tal concepto;
sólo Kellog Brown and Root, filial de
Halliburton, habría recibido 39.500 Millones por igual motivo (https://www.business-humanrights.org/en/latest-news/iraq-20-years-on-from-us-invasion-the-companies-that-profited-incl-co-responses/). Corrió por cuenta de los iraquíes indemnizar
totalmente los gastos empleados en destruirlos y costear la “reconstrucción” de
su devastado país, pingue negocio del cual se beneficiaron esencialmente
compañías estadounidenses.
¿Cómo
cancelar tan incosteable factura? Actualmente explotan el petróleo y el gas de
Irak, entre otras, las compañías estadounidenses
Exxon Mobil Corporation, Shell y Halliburton, la italiana ENI, la inglesa British
Petroleum, la rusa Lukoil Oil Company, la malaya Petronas, la china Petroleum
and Chemical Corporation y otras siete empresas de esa nacionalidad. Representa
a los iraquíes la Iraq National Oil Company, cuyo papel consiste esencialmente
en asignar concesiones a entes extranjeros para que exploten las riquezas del
país.
Nueve años después le tocó el turno a Libia, cuyo presidente Muhammar Khadafi había nacionalizado gran parte de la industria petrolera y convertido su país en el de mayor Índice de Desarrollo Humano de África. Se abstuvo el mandatario de contraer peligrosa deuda pública; los veraces medios de comunicación europeos inventaron en 2012 imaginarios bombardeos contra manifestaciones opositoras que no pudieron confirmar ni ellos mismos, ni Russia Today, ni la vigilancia satelital estadounidense, ni la delegación venezolana de VTV que en ese entonces estaba en Trípoli. Para contrarrestar tales bombardeos fantaseados, la caritativa OTAN, inspirada por el francés Sarkozy y el italiano Berlusconi desencadenó 26.500 ataques aéreos sobre territorio libio para proteger la invasión de mercenarios y grupos terroristas que asesinó a Khadafi, instauró una autocracia que perdura hasta hoy, desapareció 250.000 millones de dólares de reservas internacionales y convirtió el otrora próspero país en un infierno.
Su petróleo es actualmente manejado por
la National Oil Corporation, que esencialmente otorga concesiones a la inglesa
British Petroleum; la italiana ENI, la francesa Total Energies, la española
Repsol, la noruega Equinor y la austríaca OMV, entre otras. El gas de Libia
surte a Italia a través de un gasducto sumergido en el Mediterráneo, por cuya
superficie huyen en precarios botes los habitantes del que fuera el más
próspero país del Magreb.
Tales
antecedentes permiten comprender la
situación de Ucrania. Un golpe de Estado depuso en 2014 al Presidente democráticamente electo Viktor Yanukovich.
Lo sucedieron gobiernos dedicados al
acoso y la limpieza étnica de la población de habla rusa mediante fuerzas neonazis
militares y paramilitares como el batallón Azov. En 2022 la Federación Rusa
intervino en cumplimiento de los acuerdos de Minsk, para proteger la mayoritaria población de cultura eslava del
Oriente del país. Confiado en la “ayuda” de la OTAN y Estados Unidos, Zelenski derrochó torrentes de armamentos y asistencia técnica, sin los cuales no hubiera podido aguantar,
según expresión de Donald Trump, “ni dos días”.
Un adagio
norteño reza que “no hay cena gratis”. La factura del banquete armamentista la
presentó el Presidente de Estados Unidos tras la vergonzosa reunión de febrero
de 2025 con Zelenski en la Casa Blanca. El monto
es, ni más ni menos, la entrega de la mitad de la riqueza mineral ucraniana.
Para tan patriótico objetivo, se crea un Fondo de Inversión para la Reconstrucción de Ucrania (FIR), con la
Corporación Financiera de Desarrollo Internacional de EE.UU. y la Agencia de
Apoyo a Asociaciones Público-Privadas de Ucrania. Ésta debe aportar además 900
millones de dólares provenientes de privatización de activos estatales, 600
millones más provenientes de la emisión de “Recovery Bonds 2030”, y otros 1.000
millones para la Unión Europea. El acuerdo debe cumplirse sea cual sea el
desenlace del conflicto en curso. O sea, para defenderla de supuestos enemigos
se entrega más de la mitad de Ucrania a sus supuestos aliados.
Otro adagio reza: "No me defiendas, compadre". No hay ayuda gratuita. Antes de aceptarla de quien sea, examinar monto, condiciones, forma de pago, que la solución de controversias no dependa de jueces foráneos; someterla al examen popular, afinar mecanismos de control para que el aporte no se esfume ni sea dilapidado. Todo secreto incrimina: recordemos que el Libertador decía que “el crimen trabaja en la sombra”. Terrible es perder un país en una guerra; espantoso cederlo sin disparar un tiro.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO.